2 sept 2009

Leí El Perfum en catalán.
Antes de abrir los ojos, los bebés reconocen su entorno por el olor. A lo largo de nuestra vida vamos recopilando infinidad de carpetas subdivididas en ficheros sobre este sentido.
El olfato llega hasta tal punto, que podemos llegar a oler cosas que no están presentes en el momento. Es el cerebro quien olfatea. Este le asigna a según qué carpetas, según qué recuerdos.
Y los recuerdos huelen. Eso es seguro.
Yo todavía puedo oler las tardes de invierno en mi antigua casa, sentada en el sofá con mi hermana junto a la estufa y comiendo tostadas con manteca mientras veíamos los Rugrats.
Puedo oler mi primer viaje a Dudley y sus calles mojadas. Puedo oler a mi perro cachorro dormido conmigo en una cama que me sobraba por todos lados, y eso que era pequeña.
Las mañanas de los Reyes Magos y sus regalos nuevos llenos de serpentina; puedo incluso oler los chapuzones de cabeza a la piscina, la casa de mi vecina a donde iba a jugar con su bici porque yo no tenía.
Puedo oler la mañana que vi a mi gato Pipo muerto, la noche que me dijeron que mi abuela ya no estaba con nosotros; la mañana en que llegaba mi madre con un bultito de telas suaves entre los brazos que se llamaba Antonio.
Puedo oler la primera vez que hice el amor. Sé cómo olía la habitación y el poco aire de verano que entraba por las ventanas.
Sé que mi madre huele verde, mi padre blanco y mi hermana rosa.
Me gusta el olor de la pintura, de los libros viejos, de los zapatos nuevos, de las cabecitas de los bebés, de las habas con poleo que hace mi madre y del asfalto mojado de mi pueblo en invierno.
Y hay un olor que me tranquiliza, que me hace sonreír y que no puedo evitar besar. Hoy pasé por la perfumería y me puse su colonia a ver si así podía conciliar mejor el sueño después de dos noches casi sin poder dormir porque se ha ido.
Pero no es lo mismo. Él no huele a esa colonia. Él huele a él, huele a abrazos con mis brazos encogidos y los suyos rodeándome; huele a tranquilidad y a risas debajo de las sábanas y en las calles. A noches en vela. A noches en su cuello. A juegos de matrículas y caricias en la nuca. A palabras que sólo le he dicho a él y palabras que sólo me ha dicho a mí. A ayuda, a protección.
Y todo esto es imposible que lo pueda llegar a impregnar un perfume.

1 comentario:

Ann dijo...

Chicomar se sorprendió porque ayer le mandé un mensaje diciendo que me había puesto su perfume en las muñecas en el Mercadoda.
No fue lo mismo, pero algo ayudó.
Al menos a llorar más.

...Eva through the Looking-Glass.

...Eva through the Looking-Glass.